La prepotencia de un banco
Ellos lo prueban
Hace unos meses vino un cliente que me expuso como el director de una entidad bancaria lo pretendía convencer para que dispusiera de la indemnización que había recibido por un grave accidente, invirtiendo en productos financieros de la entidad que no tenían prácticamente riesgo y que le supondrían unas ganancias importantes.
Mi cliente se opuso de forma reiterada pues nunca había hecho ninguna operación de mínimo riesgo, y siempre había tenido su dinero, no excesivo, en libretas de ahorros o de plazo.
Un día, aprovechándose de la confianza que tenía con el director y las secuelas derivadas del accidente que menguaban su capacidad, le hicieron firmar unos contratos, de los que él no era consciente, provocando que a partir de entonces empezara a jugarse su capital, del que pretendía vivir el resto de su vida, en un mundo especulativo del que ninguna información tenía y del que, aunque le hubieran explicado, nada hubiese entendido.
Cuando fue conocedor de esta injustificada y criticable conducta por razón de las pérdidas que se empezaban a producir con aquel caramelo envenenado que se le había ofrecido y que él se había negado a aceptar –dándole el tiempo la razón- se dirigió a la sucursal encontrándose las excusas del Director en cuestión y poniendo en nuestras manos la correspondiente reclamación.
Por parte de la entidad todo fueron “facilidades”: no se quiso facilitar al cliente copia de la documentación ni de los contratos; no se quisieron coger las reclamaciones extrajudiciales enviadas, rechazando incomprensiblemente las mismas; no se dio ninguna solución a pesar del ofrecimiento de diálogo para encontrar salidas; y se obligó a judicializar un comportamiento que hubiera podido ser resuelto de forma rápida y satisfactoria por las partes.
Está claro que, ante esta inexistente predisposición, se obligó a la interposición de la correspondiente demanda judicial, siendo sorprendente que dentro del plazo que se dio a la entidad bancaria para contestar, ésta no lo hiciera. Es decir, dejó pasar el tiempo y se la declaró en rebeldía procesal.
Hago un inciso para explicar que con esta conducta no quiere decir que aceptara que teníamos razón, sino simplemente que perdía la posibilidad de explicar por escrito cuál era su posición en relación a la reclamación efectuada, pero no perdía ni renunciaba a la posibilidad de obtener un resultado favorable, pues la entidad compareció en el proceso para pedir que siguiera el juicio adelante e intentó con todos sus recursos que se desestimara la reclamación y se impusieran todos los gastos de este proceso a mi cliente.
Al principio pensé que había sido un error u omisión involuntario del abogado que representaba los intereses de aquella entidad y que esto le pasaría factura, y lo pensé con cierta aunque leve preocupación, pues no se desea el mal de nadie, y menos de un compañero.
La realidad es que, preparando el juicio, pude observar que esta era una estrategia habitual utilizada por esta entidad con el objetivo de no tener que explicar hasta juicio sus argumentos de defensa y dejar de este modo más indefensa todavía a la víctima de sus actos.
Actuación esta legítima, pero de bajo nivel, como también tendría que tener la misma categoría la actitud de no querer coger un burofax y rechazarlo, exteriorizando una prepotencia que no se corresponde con la imagen que pretende o querría dar.
En cualquier caso, el proceso siguió adelante y se produjo un juicio después del cual el juez que no tuvo ninguna duda en condenar a la entidad bancaria a indemnizar a su cliente por los daños y perjuicios causados, más intereses y costas judiciales.
La condenó por quedar claro que mi cliente no tenía capacidad para contratar este producto.
La condenó por qué, a pesar de saberlo, a la entidad no le había importado esta situación para hacerle firmar unas operaciones en las que tan solo ganaba ella.
La condenó por saltarse los protocolos necesarios que exigían este tipo de operaciones.
En definitiva, la condenó, y esto lo digo yo, por clara prepotencia, por no querer hablar, por no querer dialogar, por pensar que era un caso en el que el más débil, el que no tiene su dinero, el que quizás no llegaría a litigar, se acabaría rindiendo. Afortunadamente, no fue así. Lamentablemente, en otros casos lo conseguirá.
Xavier Bonet
Bonet Advocat
Abogados Girona